martes, 28 de abril de 2015

UNA MIRADA ANARQUISTA A LA HISTORIA DE LAS SOCIEDADES DEL NOROESTE ARGENTINO.

En la arqueología del Noroeste Argentino ha sido frecuente el empleo, ya sea implícita o explícitamente, de los modelos sobre evolución social propuestos en la década de 1960 por arqueólogos como Fried o Service, que establecen una sucesión lineal de tipos de sociedades u organizaciones políticas, que va de menor a mayor complejidad, especialmente en los aspectos políticos y económicos. Así, un período de complejidad sociopolítica emergente es siempre seguido por otro de mayor complejidad, estratificación y desigualdad. Cada uno de estos tipos de sociedades cuenta con una estructura política (representada por niveles de toma de decisiones), una organización económica y modo de producción, un nivel de desarrollo tecnológico, una forma de ocupar el espacio, entre otros, que les son propios. Se plantearon ciertas expectativas de registro para cada caso (banda, tribu, jefatura o Estado), especialmente expresadas en patrón de asentamiento,  infraestructura de producción y distribución de bienes, tipos de edificios y tumbas, clases de bienes de consumo y desarrollo tecnológico, entre los más importantes. Los trabajos arqueológicos que aquí reseño, nos proveen de una imagen de la historia, las organizaciones sociales y los procesos, sensiblemente diferente al que tradicionalmente brinda la disciplina
Cuando se trata de procesos de doblamiento, gran parte de la arqueología tiende a explicarlos como resultantes de procesos adaptativos en el sentido evolutivo. Se dice que cuando una población crece, esta se dispersa hacia otros espacios disponibles. Esta explicación no contempla la conducta social de las expansiones territoriales. A Muscio, en su artículo “Sociabilidad y Mutualismo durante las expansiones agrícolas en entornos fluctuantes: Un modelo de teoría evolutiva de juegos aplicado al doblamiento del período temprano de la Puna de Salta, Argentina” (2007, en el libro Producción y circulación prehispánicas de bienes en el sur andino), le interesan justamente estos comportamientos, y los analiza para el caso del doblamiento agrícola de la Quebrada de Matancillas, en la provincia argentina de Salta y la puna norte de la misma región. Su marco teórico no deja de ser profundamente biologicista, pero posee algunos aspectos de interés para la Arqueología Anarquista.
La región mencionada comenzó a ser utilizada para la producción agrícola en el denominado Período Temprano. En los sitios Matancillas 1 y 2, con fechados en torno al 2000 AP, se evidencian restos de maíz, quínoa, artefactos de molienda, azadas, así como construcciones tales como canales de riego y estructuras de cultivo asociadas a las de residencia. En este contexto, utiliza la Teoría Evolutiva de Juegos como marco para abordar el comportamiento involucrado en la evolución de las poblaciones agrarias, centrándose en el modelo de Expansión Poblacional Oportunista. Así, plantea que la expansión de la frontera agrícola, desde tierras bajas hacia la puna, debió ser resultado de la expansión poblacional hacia ambientes de riesgo productivo y menor calidad, debido al aumento de la población y por tanto la disminución del retorno productivo.
Una hipótesis rival a la de Expansión Poblacional Oportunista es la de Adopción Selectiva, que propone que la agricultura evoluciona local y gradualmente como una estrategia de ampliación del nicho económico, resultando en la toma de decisiones optimizantes y la transmisión cultural. Para que esto se haya podido dar en la región de estudio, debió haber tenido lugar en grupos de pastores y cazadores con amplio uso de vegetales silvestres, que iban incorporando gradualmente recursos cultivados y las tecnologías de producción a ellos asociadas. Siendo así, hay que tener en cuenta que la dispersión de la agricultura debió darse hacia espacios ya ocupados por otras poblaciones no cultivadoras. Para analizar las interacciones entre estos dos tipos de poblaciones, plantea que es útil pensar en relaciones de mutualismo, ya que no hay evidencias de lucha territorial y exclusión; lo que de por sí, es todo un dato.
Dado que la puna argentina es ecológicamente un espacio de baja productividad primaria (aquí, claro, visto desde la perspectiva de un investigador occidental inserto plenamente en el sistema capitalista), la posibilidad de economías de gran escala basadas en el uso intensivo del espacio es limitada. Así, a medida que aumenta la población local, aumentan los recursos requeridos para mantenerla, requiriendo mayor espacio productivo, que se torna cada vez más costoso tanto por distancia, inversión necesaria, como por su baja calidad. La relación costo-beneficio se equipara, y tanto para las poblaciones que quieren establecerse para cultivar, como para los cazadores-recolectores previos en el territorio, la competencia se torna poco rentable. Se propone que en esta situación ocurre un “robo tolerado del espacio”, llevando a que se desarrollen acciones cooperativas con vecinos en nichos económicos divergentes. El autor destaca que en esta propuesta teórica, el mutualismo es resultado de toma de decisiones que emergen de un orden social basado en la seguridad.
Sintetizando y obviando la presentación de los cálculos matemáticos y probabilísticos que hace el autor, se puede decir que la evidencia de los sitios Matancillas muestra que hacia el 2000 AP, esta quebrada puneña fue colonizada por poblaciones basadas en la economía agrícola, subordinando ésta todas sus demás estrategias. Del análisis de las matrices de juego concluye que la mejor estrategia para la expansión agrícola en la Puna Norte debió ser una basada en la obtención de espacios productivos localizados en el rango de otras poblaciones no agrícolas, que no los defendieron y con las que establecieron relaciones de mutualismo que sirvieron para la minimización recíproca del riesgo. Al mismo tiempo esta fue también la mejor opción para las sociedades de pastores y cazadores expuestos a los avatares del riesgo. Se trataría de sociedades con interacciones intergrupales inmediatas, básicamente entre parientes, con formas de organización social de “baja escala de complejidad”, lo que es tradicionalmente aceptado para los grupos del Período Temprano.
Manteniendo el sentido lineal con que estamos acostumbrados a entender la historia, avanzamos en el tiempo, y nos movemos un poco hacia el sur, aunque sin salirnos nunca del noroeste argentino. Viajamos hasta el Valle de Tafí, en la provincia de Tucumán, donde Salazar, Franco Salvi y Berberían centraron su investigación plasmada en “Producción y reproducción social durante el primer milenio en el Valle de Tafí” (2012, presentado en el Taller de Arqueología del Período Formativo en Argentina). Dicen que este territorio fue habitado a lo largo del primer milenio de nuestra era por poblaciones que iban aumentando su densidad, basadas en economías agrícolas y pastoriles, que utilizaban un sistema de asentamiento caracterizado por la instalación de unidades habitacionales y productivas distribuidas de forma dispersa en el paisaje (algo que suena similar al resultado del proceso de doblamiento visto antes).
Se considera generalmente, para esta época, se dieron comportamientos que fueron la base para la desigualdad social y la centralización política. Muchos autores proponen que fueron apareciendo polos de desarrollo a partir de la acción de individuos que conformaban elites, capaces de gestionar y redistribuir la producción excedentaria resultante de mejoras tecnológicas. Se interpreta que hubo varias “jefaturas” incipientes, no unificadas, en torno a un poder de tipo religioso materializado en centros ceremoniales, legitimado por el uso de un repertorio ideológico compartido que permitía tender redes de interacción a escala macro-regional.
Los autores buscan pensar los cambios y continuidades en las prácticas sociales desde la idea de reproducción social, o sea “el proceso histórico mediante el cual las prácticas de agentes, con predisposiciones generadas en el pasado, pero enfrentados a condiciones novedosas, actualizan las estructuras preexistentes replicándolas y transformándolas”. Analizando el paisaje aldeano, los espacios residenciales y productivos, asientan la hipótesis que propone que los fenómenos asociados a la conformación de sitios concentrados o la dispersión de sitios domésticos en la región de estudio pueden explicarse desde por prácticas desempeñadas por personas que eran miembros de grupos domésticos extensos y con identidades que tendían a la segmentación.
Los trabajos de prospección revelaron un paisaje aldeano con gran continuidad en las formas de diseñar, construir y utilizar el espacio, llevando a pensar en una modalidad definida por el crecimiento espontáneo generado por unidades sociales fragmentarias. Los sitios rara vez se pueden individualizar claramente, ya que los márgenes de uno siempre están cerca de las construcciones de otro, y no se observan estructuras de aislamiento, como murallas perimetrales. Del mismo modo, no se observa la constitución de espacios centrales, como plazas o ámbitos públicos diferenciados. Una estructura de características que se acercan a lo dicho es un montículo que pudo ser escenario de actividades comunales, pero su emplazamiento de fácil acceso y sin estructuras residenciales asociadas, hacen notar que pudo tener un completo libre acceso. Otro tipo de unidades constructivas son lo que se ha denominado “patrón Tafí” o “Margarita”, y que se observa en todo el paisaje. Se trata de patios subcirculares conformados por un muro perimetral, anexado a varios recintos, también circulares. Se constituyen como conjuntos aislados, conformando células independientes. No hay espacios intermedios, por lo cual el acceso de un conjunto a otro no está limitado por nada. Estos conjuntos residenciales no están dispuestos de manera ordenada en el espacio ni presentan algún tipo de jerarquización. Cada grupo pareció haberse acomodado al espacio disponible. Otro rasgo del paisaje son los espacios agrícolas, también fragmentarios, caracterizados por estructuras tales como canchones, aterrazamientos, reglas y campos despedrados.

Según la evidencia cerámica recuperada en prospecciones permite asociar la ocupación de la zona en el primer milenio, lo que no implica que no hayan ocurrido ocupaciones posteriores. Si bien esperaban observar evidencias de cambios en la ocupación a lo largo del tiempo, éstas no se presentan claramente en el registro arqueológico, presentando los paisajes, más continuidades y persistencias, que cambios. Es así que, las viviendas parecen haber sido, en términos de proceso constructivo y ocupación, de larga duración y crecimiento paulatino. La organización arquitectónica y la relación entre estructuras permite observar una diferenciación entre espacios semi-públicos y privados, pero la misma hacía que las acciones de los co-residentes puedan ser observadas por todo grupo. Parece ser, que cuando un grupo crecía demasiado, parte de él se escindía, fundando una nueva célula residencial, en la que se reproducían las mismas prácticas. Se puede decir, entonces, que a lo largo del primer milenio el Valle de Tafí, fue habitado por grupos poblacionales con un alto grado de autonomía, no relacionados de manera jerárquica, y que utilizaban posibles espacios de tipo ceremonial de modo libre.

Construcción residencial del Período Temprano en Tafí del Valle.

Aproximadamente para la misma época, en el Valle de Ambato, ubicado en la provincia de Catamarca, unos cientos de kilómetros sal suroeste del Valle de Tafí, posiblemente surgió lo que en la arqueología argentina se conoce como cultura de La Aguada. Ésta suele ser considerada como el cisma entre las sociedades más o menos igualitarias y las organizadas con jerarquización y diferenciación social. Sin embargo, el trabajo “Complejidad y heterogeneidad en los Andes meridionales durante el Período de Integración Regional (siglo IV-X d.C.). Nuevos datos acerca de la arqueología de la cuenca del río de Los Puestos (Dpto. Ambato – Catamarca, Argentina)”, escrito por Cruz (2006, en el Bulletin de l’Institut Français d’Ètudes Andines 35-2), aporta una perspectiva completamente diferente al comúnmente aceptado. Los datos por él aportados sugieren que estas sociedades presentaban un alto grado de heterogeneidad, sin centralización evidente del poder, ni desigualdad en el acceso a recursos y bienes simbólicos. Si bien, se observan cambios respecto a períodos previos, parece ser que las relaciones sociales fueron basadas en la reciprocidad y no en la competencia y la dominación.
Los datos de las prospecciones contradicen la supuesta centralización siempre esgrimida, debido a que la presencia de sitios complejos (grandes y con espacios diferenciados) aumentó. Respecto a los espacios de cultivo, las terrazas siempre fueron construidas de manera rústica con piedras del lugar, usando las rocas grandes como base de recintos y los afloramientos para establecer morteros colectivos (múltiples). Todos los elementos hallados sugieren un modelo económico basado en la rentabilidad de la inversión de la fuerza de trabajo y la diversidad tecnológica. Resulta notoria la ausencia de grandes cantidades de estructuras de almacenaje. Con un modelo productivo basado en la diversidad, podrían haber dispuesto de gran variedad de productos sin necesidad de general grandes redes de intercambio. Esta posible autonomía parece evidenciarse en la poca cantidad de objetos de la zona en otras regiones, al igual que lo contrario.
Respecto al modo de ocupación del espacio, los nuevos datos llevan a reformular la categoría de “centros ceremoniales” propuestas para dos de los sitios más conocidos y grandes de Ambato: La Iglesia de los Indios y el Bordo de los Indios. Éstos ya dejan de reflejar centralidad política. Aquí, se torna interesante señalar, que a pesar de las diferencias en tamaño de los sitios, el resto de la cultura material no muestra desigualdades, sobre todo la cerámica. Las excavaciones al interior de los recintos indican una especie de ósmosis entre los distintos contextos de la vida cotidiana, tales como el doméstico, el de producción artesanal y el ritual. Los mismos espacios fueron ocupados para diversas actividades.
La iconografía cerámica, saturada de imágenes de jaguares y personajes antropomorfos felínicos, siempre se asoció a la presencia de un poder político, pero pudo más bien buscar resaltar la filiación identitaria. La cerámica decorada así, invade todos los espacios de los sitios.
La suma de los datos presentados en el artículo posibilita hipotetizar respecto al modo de organización social de los habitantes de Ambato, cambiando profundamente la imagen hasta el momento construida. Cruz propone, desafiando la imagen universalizadota y tipológica de las jefaturas, una sociedad heterárquica, o sea, basada en un modelo rizomático y de gobernancia. El primero refiere a un conjunto de redes unidas por relaciones autorreguladas cuyo principio sería la cooperación, mientras que el segundo remite al conjunto de sistemas de regulación intencionales generados a causa de la interacción de las personas con numerosas organizaciones sociales, instituciones y el medio ambiente. Así, la heterarquía propuesta no niega en todos los casos las relaciones de orden jerárquico pero sí la institucionalización de una jerarquía.
Si bien se pueden identificar rasgos de tensiones sociales, esto no significa que las mismas hayan terminado desembocando en el establecimiento de elites, de jerarquías bien asentadas. Más que esto, parece ser que hacia momentos posteriores, durante lo que se conoce como Período de Desarrollos Regionales, pudo haberse dado un cambio desde esta forma de organización rizomática, en red, hacia sociedades de tipo corporativo…las cuales también se alejan de la imagen clásica de desigualdad social.

Plano del sitio arqueológico La Rinconada, en Ambato.

Sobre las sociedades de este momento histórico, el Período Tardío, o Desarrollos Regionales, es Acuto quien ofrece una visión que rompe el marco de las viejas interpretaciones que el mainstream continúa reproduciendo. En “Fragmentación vs. Integración comunal: Repensando el Período Tardío del Noroeste Argentino (2007, publicado en Estudios Atacameños, Arqueología y Antropología Surandinas 34), analiza la evidencia de la región conocida como Valle Calchaquí Norte. Explica que esta época que ha sido caracterizada como marcada por conflictos interregionales, complejidad sociopolítica, desigualdad social y estratificación económica institucionalizadas, pudo haberse configurado, justamente, de modo totalmente inverso. Afirma que la integración comunal y la homogeneidad simbólica y material, así como el control comunal en pos de frenar las desigualdades fue la norma del período.
Disecciona los cuatro principales indicadores arqueológicos que llevaron a interpretar al Tardío como un período de desigualdad: los sistemas de asentamientos compuestos por sitios de diferente jerarquía, las evidencias conflictos y guerras, la presencia de objetos que indican especialización artesanal y bienes de elite, y las diferencias en los ajuares depositados en las tumbas. Respecto al primer indicador, dice que en realidad no se han hallado evidencias de administración y control de la producción excedentaria, como tampoco espacios arquitectónicos político-administrativos o de reproducción de relaciones sociales y estructuras de poder. Respecto a los bienes materiales, tampoco se observan marcadas diferencias en el consumo y uso en los complejos residenciales, sino que todos usaban los mismos tipos de objetos y herramientas. Los conglomerados habitacionales compartían muros y senderos, permitiendo que todos puedan ver que estaban haciendo otros en sus residencias, qué consumían o qué rituales estaban llevando a cabo. Los patios, suelen comunicar varias residencias, conformándose así en espacios ideales para el trabajo colectivo y la socialización más allá de la unidad doméstica. Parece ser que la forma de concebir el espacio doméstico no incluía una preocupación por la privacidad.
Un aspecto importante sobre las experiencias que se vivían en un asentamiento del Período Tardío fue la homogeneidad material. En estos poblados, todos residían en viviendas de diseño, formas y técnicas constructivas similares, empleaban los mismos tipos de artefactos, aplicaban las mismas técnicas y motivos para decorar los objetos y consumían bienes similares. Al circular por estos asentamientos, visitar a vecinos o participar de actividades comunales, las personas podían percibir la redundancia material, experimentando un paisaje material uniforme y repetido que debió haber contribuido a establecer un sentido de semejanza, donde cada familia o grupo era el reflejo del otro.
Se puede pensar que esta forma de organizar la sociedad buscaba limitar la posibilidad de que algunos individuos intentasen fracturar la comunidad creando distinción y desigualdad. Quizás éstos, hallaban oportunidad de destacar en las actividades bélicas. Así, el mundo al interior de los poblados pudo haber estado en tensión y contradicción con el mundo fuera de ellos.

Vista de un sector del sitio Santa Rosa de Tastil, del Período Tardío.

Posiblemente, estos individuos que se veían limitados a acceder a posiciones de poder, lograron alcanzar cierto éxito en sus objetivos al momento que ingresó a la región el aparato político del Imperio Inka. Esta posibilidad es desarrollada por el mismo autor en su texto del año 2011 “Encuentros coloniales, heterodoxia y ortodoxia en el Valle Calchaquí Norte bajo el dominio Inca” (publicado en Estudios Atacameños 42). En este artículo, Acuto explica que la dominación incaica produjo una profunda transformación en la concepción de agencia de las comunidades, así como en la de algunos individuos. Algunos aprovecharon el nuevo contexto sociopolítico para posicionarse socialmente, mientras que otros se aferraron a sus prácticas tradicionales como forma de resistir al colonialismo.
De acuerdo con las teorías de la práctica y de la agencia, existe una relación dialéctica entre la estructura social y las acciones y prácticas de las personas: la estructura da forma a la acción (habilitándola, encausándola y restringiéndola), pero al mismo tiempo las acciones y prácticas que las personas desarrollan, producen y reproducen las condiciones estructurales. A través de sus acciones, los sujetos no solo reproducen las estructuras sociales (especialmente las condiciones estructurales de las cuales ellos no son consientes), sino que también pueden transformarlas (especialmente a través de las consecuencias no intencionadas o no buscadas de sus acciones). Es así que se debe diferenciar entre las acciones que se producen por el sentido práctico o habitus que las personas adquieren y aplican en su vida cotidiana y las acciones conscientes, intencionales y estratégicas que se planifican para alcanzar fines determinados. El mundo de la vida cotidiana es así el trasfondo familiar, no problemático e incuestionable de la vida diaria. Es la manera normal y esperada en que las actividades, espacios y objetos cotidianos están organizados y estructurados para contextos históricos y culturales específicos. El mundo de la vida es el ámbito más sedimentado y naturalizado de la vida social, lo que hace que se encuentre más allá de la conciencia de las personas. Por lo tanto, ni la agencia ni las acciones intencionales y estratégicas pueden modificarlo fácilmente, al menos mientras nada lo contradiga o muestre su arbitrariedad.
Para Bourdieu, es en el contexto de crisis económico-política o en situaciones de contacto cultural cuando las personas se dan cuenta del carácter arbitrario de su mundo de la vida o doxa. En estas circunstancias pueden darse dos situaciones. Por una parte, algunas personas pueden aprovechar la oportunidad para intentar transformar las condiciones estructurales, desarrollando acciones orientadas a generar cambios en el orden social, la heterodoxia; mientras que aquellos que no desean el cambio social llevan a cabo estrategias que Bourdieu describe como ortodoxia, orientadas a preservar, a como dé lugar, el orden de las cosas.
Como todo proceso colonial, la ocupación inka en el Valle Calchaquí Norte alteró la vida cotidiana de la sociedad local. Establecieron alianzas y tuvieron relaciones más fluidas con algunas comunidades que con otras. La evidencia que una de las comunidades con la que entablaron buenas relaciones fue la que habitó el sitio denominado La Paya. En él, la presencia del imperio se atestigua en objetos de estilo incaico presente en algunas tumbas, la construcción de un edificio en medio de estructuras locales (denominado Casa Morada), y la construcción se un sector público-ceremonial asociado a residencias de elite frente a La Paya.
En el nuevo contexto social que produjo la colonización, aquellos que decidieron incluir objetos inkaicos en las tumbas de sus difuntos habrían roto con una tradición fúnebre sedimentada. Quienes produjeron estas tumbas comenzaron a asociarse con los conquistadores foráneos. No solo sus sepulcros dejaron de citar exclusivamente a la vida diaria y doméstica, comenzando a mirar hacia fuera del mundo de la vida cotidiana, sino que empezaron a generar distinción social a partir de la inclusión de objetos asociados con la colonización inka.
La Casa Morada presenta una única puerta orientada hacia el norte. Frente a esta puerta, a unos pocos metros, está el alto muro de una estructura adyacente que sirvió para bloquear el acceso visual al interior del edificio. Así, la única manera de mirar hacia adentro era parándose directamente frente a su única puerta. Para evitar que extraños tuvieran acceso directo a este peculiar edificio, se clausuró un acceso que conectaba el patio donde la Casa Morada fue construida desde un patio vecino y se relocalizó a unos pocos metros al sur en la misma pared. Así, tanto el acceso como la privacidad fueron aseguradas. Las excavaciones proveyeron de objetos de uso doméstico, y no de otras actividades, por lo que debió tratarse de una residencia. La inclusión de la Casa Morada en La Paya muestra que quienes allí residían optaron claramente por la distinción en lugar de la semejanza y la comunalidad.
Frente a La Paya, se ubica un sitio denominado Guitián. Su principal característica es la presencia de un espacio público/ceremonial inka de pequeña escala. Éste está compuesto por una plaza rectangular, una plataforma de piedra o  ushnu, un amplio edificio rectangular o  kallanka y cuatro complejos residenciales inkas o kancha, todas típicas construcciones de los centros inkas provinciales.Dentro de Guitián, la segmentación era aún más evidente. Hubo una clara demarcación entre los residentes de las kancha inkas, quienes tenían un acceso directo al espacio público y a los edificios rituales/administrativos, y aquellos que habitaban en las casas locales, tanto dentro del perímetro del sitio como por fuera de éste, adyacentes al lado oeste del muro perimetral. Si como la evidencia sugiere quienes habitaban en la Casa Morada y en los complejos residenciales inkas y locales de Guitián eran nativos del valle Calchaquí Norte, los primeros convertidos en agentes del Tawantinsuyu y los segundos en personal de apoyo y servicio; entonces es posible afirmar que los inkas introdujeron a la vecina comunidad de La Paya a un mundo caracterizado por la fragmentación, la distinción y la privacidad.
Así como estas evidencias muestran la aparición de prácticas heterodoxas, otras evidencian una fuerte tendencia a la ortodoxia. Teniendo en cuenta que de los 203 sitios del Período Tardío / Inka detectados en la región, solo 6 muestran una mezcla entre arquitectura nativa e imperial, se puede decir que, o los pobladores locales no estaban interesados en reproducir los patrones inkas, o que éstos no permitieron a los colonizados llevarlo a cabo. Respecto a la cerámica, se observa una relación similar, además de que la manufactura de los objetos asociados al Estado no corresponde a producción local. Así, la cerámica calchaquí se mantuvo con pocos cambios durante este período, aunque la elite recién formada comenzaba a utilizar el tipo importado como forma de representar su estatus y legitimar su poder. Podría pensarse que los alfareros locales prefirieron mantener su producción, portadora de ideas propias en su iconografía, fuera del alcance de la dominación.

Casa Morada, sector Inka del sitio La Paya.

Finalmente, parece ser, que una vez iniciada la conquista por parte de los invasores españoles, otra vez como forma de resistencia, de ortodoxia, los pobladores del Valle Calchaquí Norte, prefirieron aferrarse a ciertos patrones incaicos. Finalmente, durante el Período Colonial, iniciado en la región a mediados del siglo XVI, se produjo una fuerte ruptura en las formas de vida y organización previas. Esto, sin embargo, no ocurrió sin resistencia ni lucha, todo lo contrario; como lo atestiguan los registros de las denominadas Guerras Calchaquíes. Como bien dice Lorandi en “La Sociedad Colonial. Nueva Historia Argentina” (2000), a mayor fragmentación del poder, mayores dificultados tiene el invasor para lograr la dominación. En ausencia de gobierno, los españoles debieron conquistar territorio tras territorio, poblado tras poblado, redoblando esfuerzos y multiplicando fracasos. Ambas partes debieron sostener una guerra, con sus idas y vueltas, que terminó durando más de 100 años. El resultado fue enormes genocidios, retraslados poblacionales, desarticulación de comunidades, diversas formas de esclavitud. Según la autora, recién hacia fines del siglo XVII el Valle Calchaquí comenzó a ser lentamente repoblado, con identidades reconfiguradas y prácticas impuestas, gestándose una “sociedad criolla”. La conformación el Estado argentino, a inicios del siglo XIX, no contribuyó a que mejore la situación, continuando con los genocidios, la marginación y la invisibilización de identidades y formas de organización locales. Sin embargo, ellas están presentes en los descendientes de las poblaciones que habitaron este territorio por miles de años, y que actualmente siguen luchando por su verdadera liberación.

El pueblo en lucha.



No hay comentarios:

Publicar un comentario