domingo, 3 de enero de 2016

ESQUIZOFRENIA ESTATAL Y COLONIALISMO INTERNO EN TORNO A LOS REFERENTES ARQUEOLÓGICOS. POSIBILIDADES DESDE EL MUNICIPALISMO LIBERTARIO.

Meses atrás (y esto produce cierto defasaje en el presente artículo respecto a las notas de "actualidad", aunque no en relación a las implicancias de las mismas), la prensa publicó la decisión por parte del Estado argentino de restituir colecciones arqueológicas originarias del territorio peruano y ecuatoriano. Las declaraciones oficiales destacaron la importancia de estas acciones y criticaron el colonialismo de las “potencias que arrebatan el patrimonio cultural de los pueblos”. Desde una escala local, sin embargo, es posible apreciar que justamente son estas las relaciones que ha establecido el Estado argentino con las comunidades en torno a los referentes arqueológicos, desde el siglo XIX hasta la actualidad. Por medio de la noción de “patrimonio arqueológico” el Estado se adueña de la materialidad producida por las sociedades en el pasado, centralizando su gestión y restringiendo sus significados. Amparado en su propiedad, se atribuye el poder de protegerlo y socializarlo. Sin embargo, son las propias instituciones estatales las principales causantes de su destrucción, al avalar actividades comerciales y extractivas que avanzan sobre los territorios donde estos referentes se hallan emplazados. A su vez, el Estado es quien ha impulsado los mayores expolios a esta materialidad, que es retirada de sus territorios originarios en desmérito de las comunidades con las que mantienen estrechos vínculos históricos y cotidianos.  Así, entre la protección y la destrucción, el despojo y la restitución, el reconocimiento legal contrapuesto a la violencia real, principalmente sobre las comunidades indígenas, el Estado se observa como un sistema esquizofrénico, que a nivel estructural tiende a reducir la diversidad cultural de los pueblos bajo su control. En una palabra, al etnocidio. Se propone que impulsar la gestión y la investigación de los referentes arqueológicos desde lo comunal, basadas en las premisas del Municipalismo Libertario, pueden aportar tanto a una conservación más integral de los mismos como también brindar herramientas significativas a los movimientos sociales y comunidades que pugnan por la construcción de una sociedad más libre e igualitaria.

Leonardo Faryluk
@lfaryluk
Trabajo presentado en el SOPA Congress 2015 llevado a cabo en noviembre de 2015 en Benito Juárez (Bs. As., Argentina)

Se admite que el etnocidio es la supresión de las diferencias culturales juzgadas inferiores y perniciosas, la puesta en marcha de un proceso de identificación, un proyecto de reducción del otro a lo mismo […] La práctica etnocida y la máquina del Estado funcionan de la misma manera y producen los mismos efectos: ya sea como civilización occidental o como Estado, se descubre siempre la voluntad de reducción de la diferencia y de la alteridad, el sentido y el gusto por lo idéntico y lo Uno. […] ¿Qué contiene la civilización occidental que la hace infinitamente más etnocida que cualquier otra forma de sociedad? Su régimen de producción económico.
(Pierre Clastres)[1]

 De discursos y de prácticas.
Entre los días 22 y 23 de agosto del corriente año[2] la prensa local e internacional publicó la decisión por parte del Estado argentino de restituir más de 4000 piezas arqueológicas originarias del territorio peruano y ecuatoriano, las cuales fueron decomisadas a coleccionistas hace más de diez años debido a que las mismas habrían ingresado al país ilegalmente, o sea, a través de mecanismos no institucionales. En un acto realizado en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), en la ciudad de Buenos Aires, la primera mandataria declaró "Es un honor y un placer estar restituyendo su patrimonio cultural a países como Ecuador y Perú.”[3], agregando además que "Vivimos en un mundo que se ha caracterizado por parte de las grandes potencias en arrebatar el patrimonio cultural de los pueblos. Uno puede ver en los museos más importantes del mundo pedazos de Grecia, de Siria, de Egipto, del Asia e inclusive de nuestra América Latina y que no son restituidos"[4]. Destacó que esta labor fue llevada a cabo gracias al accionar de la Policía Federal, y que se trata de un ejemplo a seguir, caso contrario, sería adecuado que los Estados que se han apropiado de los “tesoros culturales” de otros territorios, pagasen por ellos “una especie de royalty”.
No voy a cuestionar aquí la pertinencia de esta acción puntual. Creo que la mayoría estaremos de acuerdo respecto a que realizar la devolución de bienes de esta índole a sus lugares de origen es lo más adecuado y ético, a la vez que observarán como una actitud profundamente colonial la existencia de piezas del norte de África y Medio Oriente en el Museo Británico, o la de colecciones Andinas acumuladas en instituciones norteamericanas, por mencionar nada más que un par de ejemplos. Por otro lado, millones de personas vieron con horror como los budas de Bāmiyān, en Afganistán, eran dinamitados por los Talibán en 2001. También ha sido foco de indignación la más reciente destrucción de piezas almacenadas en el Museo de la Civilización de Mosul (en Irak), a manos de miembros de ISIS a inicios de este año. Sin dudas, las instituciones estatales y las múltiples organizaciones internacionales que vienen realizado infinidad de declaraciones respecto a la “protección del patrimonio arqueológico” desde hace más de cincuenta años, acuerdan que estas prácticas no pueden ser de ningún modo avaladas. Sin embargo, posicionándome en el marco de una escala geográfica acotada, y teniendo en cuenta la relación que ha establecido el Estado argentino con los referentes arqueológicos[5] a lo largo del último siglo hasta la actualidad, me veo obligado a dudar de la franqueza de tales planteos.
Estamos viviendo una época en que el paradigma sobre la política y las instituciones democráticas está cambiando. Como actores implicados en estas transformaciones, tornamos a ser cada vez más conscientes de la necesidad de visualizar y cuestionar el colonialismo interno[6] al que somos sometidos bajo las estructuras del poder centralizado en los territorios que habitamos. Los sistemas de tomas de decisiones se hallan estructurados jerárquicamente, mediante relaciones institucionalizadas con una direccionalidad de arriba hacia abajo y muy pocas posibilidades de disenso. Si bien las manifestaciones de disconformidad ante el autoritarismo estatal y la explotación capitalista se hacen cada vez más patentes – no las considero emergentes, si no más evidentes, en parte gracias a la viralidad con que circula la información a través de las redes sociales –, por un lado existe “un vasto aparato burocrático para la creación y mantenimiento de la desesperanza, una especie de máquina gigante diseñada, primero y principalmente, para destruir cualquier sentido de posible alternativa futura”[7] que nos prolonga en la inacción con un profundo sentimiento de fatalismo y determinismo ante las formas en que nuestra sociedad se organiza; mientras que por el otro, reprime con violencia – simbólica, económica, física – a quienes intentan construir propuestas alternativas. Lo dicho no representa mayor novedad para el pensamiento anarquista, sin embargo un panorama desde este posicionamiento en torno a la problemática arqueológica y sus implicancias sociales, pueden sernos de alguna utilidad. Para ello comentaré en las próximas páginas, sin intención de realizar una crónica detallada de los mismos, una serie de ejemplos que confío evidenciarán la esquizofrenia expresada en el accionar de los entes estatales en relación a esta temática.

Protección selectiva, destrucción masiva.
En textos anteriores me referí a cómo por medio de la noción de “patrimonio arqueológico”, el Estado se adueña de la materialidad producida por las sociedades en el pasado, centralizando su gestión y controlando sus usos y significados. Al declararse propietario del mismo, construye mecanismos de validación de la autoridad instaurando a los arqueólogos como únicos intermediarios entre dicha materialidad y sus implicancias en el presente. Éstos, más o menos concientemente, reproducen en su accionar y en el resultado de sus investigaciones, las directrices políticas preponderantes.
Desde momentos tempranos, la arqueología estuvo ligada a los intereses gubernamentales. En 1913, con posterioridad a la apertura de los primeros museos nacionales, se sancionó la ley 9080[8] de protección del patrimonio arqueológico de este territorio. Dicha normativa establecía que los restos arqueológicos – además de los paleontológicos – considerados de interés científico, eran propiedad del Estado Nacional, permitiendo su “uso” y “explotación” solamente a investigadores autorizados por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación. Tenía por objetivo principal nutrir a los museos recientemente inaugurados, para lo cual prohibía la exportación de objetos “duplicados” – entiéndase por “repetidos” –, exigiendo la entrega de aquellos no representados en las colecciones de estas instituciones. Sus breves nueve artículos rigieron, sin mayores detalles, la práctica arqueológica hasta el año 2003, cuando es derogada y suplantada por la Ley Nacional 25743, actualmente en vigencia. Esta segunda reglamentación establece que forma parte del patrimonio arqueológico todo vestigio, mueble o inmueble, que pueda proporcionar información sobre los grupos socioculturales que habitaron el país hasta épocas recientes[9]. En ella se determinan los organismos de aplicación de la normativa, la creación de un registro nacional de sitios y bienes arqueológicos, el destino de los mismos según jurisdicción, un registro de infractores, la obligatoriedad de denunciar hallazgos por parte de particulares, los requisitos para obtener concesiones por parte de los investigadores, así como el establecimiento de las penas – que van desde multas a prisión – a quienes explotaren dichos bienes sin autorización, los importasen o exportasen, comercializaren o destruyeren de algún modo. Todo ello en virtud de proteger un “recurso” irremplazable, y que a pesar de ser considerado invaluable – o mejor dicho, con un valor que no puede ser medido en términos monetarios – es atravesado por múltiples procesos de mercantilización. Curiosamente, ni esta ley ni su predecesora establecen cual es el proceder en los casos que el mismo Estado es quien “arrebata el patrimonio cultural de los pueblos” o es el causante de su destrucción. Esta normativa, que impone una serie de reglas de comportamiento destinadas a la sociedad civil pero que no explicita mecanismo alguno de autocontrol, es apenas la objetivación de un largo accionar de extraordinaria violencia, cuyos principales destinatarios son las comunidades rurales y especialmente las indígenas.
Dada la magnitud de las intervenciones y presencia del Estado en todos los ámbitos de la sociedad, es éste el mayor agente de destrucción de los referentes arqueológicos. Actividades como las grandes obras civiles (llevadas a cabo por sus propios agentes), el rally Dakar y las explotaciones extractivas como la megaminería (empresas de carácter privado, pero instauradas como políticas de Estado) son los ejemplos más evidentes. Si bien se exige la ejecución de estudios de impacto, la presencia de sitios arqueológicos es considerada un escollo, una molestia para el progreso económico. En oposición, se tornan de gran importancia cuando los mismos pueden redundar en beneficios a través del turismo, sin por ello estar exentos de conflicto. En reiteradas ocasiones, en mi carácter de estudiante de arqueología y ligado a empleos relativos a la gestión cultural, me ha tocado escuchar de boca de funcionarios gubernamentales expresiones tales como “Necesito que traigan soluciones, no problemas”, “Tienen que ponerse la camiseta del proyecto” o “No importa si se rompe un sitio, hay muchos más”. Los propios empleados de áreas tales como Vialidad – encargada de la creación y mantenimiento de rutas y caminos –, cuyo trabajo se desarrolla en el terreno, suelen comentar que regularmente afectan sitios arqueológicos, pero no dan aviso a los especialistas porque hacerlo redunda en importantes retrasos en las obras, responsabilidad que recaería sobre ellos. Los mismos arqueólogos que desempeñan en áreas del gobierno responsables de la “protección del patrimonio”, aún teniendo las mayores intenciones proteccionistas, se ven atados de manos al no disponer de recursos para desarrollar cabalmente su trabajo y al estar sus funciones en contradicción con el accionar de otras áreas del propio Estado.
El Rally Dakar, una actividad que se supone bajo estricta vigilancia debido a su profunda afectación sobre el paisaje, es la carrera internacional campo traviesa más exigente para todo tipo de vehículos. Se realiza en Sudamérica desde el año 2009 atravesando Argentina, Bolivia, Chile y Perú – aunque algunos de estos países no lo recibieron en todas sus ediciones. Los beneficiados con tamaño espectáculo son sin dudas, las grandes empresas que lo auspician y los burócratas gubernamentales que consideran que un par de semanas de promoción del turismo pueden activar las economías locales, pese a que su logística es solventada con fondos públicos. Según los informes de varias organizaciones no gubernamentales chilenas, los sitios arqueológicos dañados en ese país desde su primera edición hasta la actualidad superan los 180, teniendo en cuenta que no todos los tramos del recorrido pudieron ser inspeccionados. En Argentina, según declaraciones de la Dra. Norma Ratto para Scientific American[10], no se han realizado estudios de impacto previos al paso del rally, ni inspecciones posteriores. No es descabellado, por tanto, imaginar una situación similar a la mencionada para la vertiente pacífica de la cordillera.

A pocos días de iniciada la competencia el mes de Enero pasado, el Colegio de Profesionales en Arqueología de Tucumán (CPAT) publicó un comunicado rechazando el evento[11]. En él, enumeran una serie de denuncias que van desde los daños a personas puntuales – como el choque sufrido por un Delegado Diaguita en el año 2014 – hasta los comunitarios, además de los ambientales y arqueológicos. Con aflicción, observan que los reiterados reclamos no han sido atendidos, y con razón, ya que en el 2016, las hordas de camiones, motos, autos y cuadriciclos volverán a surcar las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy, para luego de transitar territorio boliviano, reingresar nuevamente por Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, y otra vez Córdoba y Santa Fe. La región andina es, dadas las características espaciales de su materialidad arqueológica – superficial y de amplia cobertura – la más afectada.
Sin embargo, el mayor factor de destrucción de los referentes arqueológicos corresponde al crecimiento de las áreas destinadas a la producción/extracción de recursos a gran escala. La explotación minera a cielo abierto es sin dudas la más agresiva de estas actividades. Su objetivo consiste en la obtención de minerales metalíferos mediante la voladura de enormes volúmenes de material rocoso que posteriormente es triturado y sometido a procesos físico-químicos de lixiviación donde la roca molida es tratada con grandes cantidades de agua combinadas con sustancias tóxicas tales como el mercurio, cianuro y ácido sulfúrico, para así lograr la separación del mineral precioso de la roca estéril. Estos emprendimientos abarcan miles de hectáreas, procesan 150.000 toneladas de roca diariamente, y utilizan más de mil litros de agua por segundo a lo largo de todo el procedimiento[12]. Como indican Svampa y Sola Alvarez[13], hacia el año 2010, la megaminería en Argentina afectaba de manera directa a doce provincias. Propiciada a través de una serie de leyes promulgadas en la década de 1990 durante el gobierno de Carlos Menem, las cuales instaban a una obligada privatización de la actividad, fue luego profundizada durante la gestión de Néstor Kirchner, continuando hasta la actualidad con Cristina Fernández de Kirchner, y con seguridad, durante el gobierno de cualquiera de sus potenciales sucesores.
El yacimiento Bajo La Alumbrera, en la provincia de Catamarca, fue el primero en instalarse. Desde 1997 la empresa que lo gestiona extrae oro y cobre, acumulando a lo largo del tiempo una larga serie de violaciones a los derechos humanos, ambientales y destrucción de referentes arqueológicos – en particular en relación a la instalación de un tendido eléctrico. A menos de 100 kilómetros de ésta, comenzaron los trabajos para la apertura de otra explotación de similares características, “Agua Rica”, constituida en 1999, y emplazada en cercanías a la localidad de Andalgalá. Desde sus inicios, los vecinos de la comunidad reunidos en asamblea rechazaron el arribo de este proyecto, iniciando una serie de “caminatas” de resistencia bajo el slogan “si a la vida” – las cuales ya han superado las 200 –, y el bloqueo de caminos para impedir el acceso de vehículos de la empresa. El 15 de Febrero de 2010 la policía y la infantería intentaron disolver la medida, atacando a los asambleístas y realizando detenciones. Ante la acción represiva, los habitantes de la comunidad destruyeron oficinas de la minera e incendiaron el edificio municipal. En estas circunstancias, las actividades fueron suspendidas, aunque al poco tiempo fueron retomadas. Actualmente se estima que la explotación efectiva de este yacimiento comenzará el año 2018. Si bien esta situación visibilizó la problemática a nivel nacional, con el transcurso de las semanas, y sin cambios de actitud por parte de los Estados nacionales y provinciales, la efervescencia mediática se fue disipando… Hasta hace unas pocas semanas atrás.

La mina Veladero, ubicada en la provincia de San Juan y propiedad de Barrick Gold, es causa de conflictos desde 2002, cuando en base a estudios de impacto arqueológico de cuestionada pertinencia fueron afectados profundamente una serie de sitios. Para cuando estos informes fueron rechazados, el área ya había sido liberada, por lo cual, en pos de salvaguardar lo que había subsistido al avance de la maquinaria, debió implementarse una estrategia de rescate. Posteriormente la empresa volvió a contratar para otras tareas al equipo de trabajo que había presentado el informe original, demostrando que las actuaciones estaban supeditadas a los intereses de la empresa y las entidades gubernamentales[14]. Hoy nuevamente Mina Veladero está en la mira de la opinión pública debido a que entre el pasado 12 y 13 de Septiembre, un conducto de transporte de cianuro sufrió la falla de una válvula en cercanías a la localidad de Jáchal. Inmediatamente, los representantes de la empresa y del gobierno provincial declararon: “la situación está absolutamente controlada", "no hay contaminación en la cuenca del río Jáchal”[15] a pesar de que posteriormente reconocieron que  la cantidad de solución cianurada derramada fue de un millón de litros. Los vecinos de la comunidad, testigos de la situación, comenzaron las medidas de protesta de manera inmediata. Al día siguiente, Jaime Berjé, presidente de la Cámara Minera de San Juan declaró que “El cianuro en el manejo de la mina está en proporciones tan bajas en el agua que te podés tomar medio vaso que no te va a hacer nada, está sumamente diluido. Tendrías que tomar mucha cantidad para que el cianuro llegue a la sangre y te haga daño”[16]. En los días siguientes, se ordenó la suspensión de actividades relacionadas a la cianuración hasta verificarse que se habían llevado a cabo las tareas de restauración de la cañería y las medidas tendientes a evitar otro derrame. Hacia el 24 de Septiembre, debido a las presiones de la empresa en relación a la pérdida de los millones de dólares que significa la imposibilidad de depurar el oro, la medida fue suspendida y Veladero retornó a su actividad normal[17].
Según un informe del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, hacia el año 2010 estaban en funcionamiento “más de 336 emprendimientos mineros, un crecimiento del 740% en relación a 2003”, la mitad dedicado a la búsqueda de metales preciosos[18].

Prácticas opuestas, idénticos objetivos.
Pascasio Moreno fue el fundador y primer director del Museo de La Plata, inaugurado en el año 1888. Este señor había realizado años antes, durante los sucesos del genocidio indígena conocido como “Conquista del Desierto”, varios viajes por la Patagonia en calidad de perito de límites encomendado por el Estado Nacional. El Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (GUIAS), menciona algunos extractos de las cartas remitidas a su padre en 1875:
“Hice abundante cosecha de esqueletos y cráneos en los cementerios de los indígenas sometidos […] Aunque creo que no podré completar el número de cráneos que yo deseaba, estoy seguro de que mañana tendré 70 […] Hoy remito por la diligencia 17 en un cajón, los que harás recoger lo más pronto posible, pues el agente de ella no sabe que clase de mercancías envío. En otra ocasión, hubiera podido satisfacer mi deseo, pero hoy con los barullos de los indios, es imposible”[19].

Estos restos, y los de 10.000 personas, forman parte de la colección del museo. Estamos hablando de individuos fallecidos en el contexto de la mencionada contienda  y de sus antepasados, y que oficialmente son considerados restos arqueológicos.
Mientras la apropiación de tierras en el sur del continente para su incorporación a la lógica mercantil requirió el exterminio de un alto porcentaje de las poblaciones indígenas que para el Estado eran un escollo, “inútiles” como mano de obra en el marco del modelo productivo-extractivo que se estaba comenzando a imponer, en el noroeste argentino éstas se declararon “extintas” desde la colonia española. La materialidad que habían producido fue objeto de admiración debido a su exotismo, por lo que merecían ser expuestas como bienes artísticos y curiosidad científica. Así lo expresaba Salvador Debenedetti en 1917, cuando era director del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires:
“A fines de 1915, el presidente de la Universidad Nacional de La Plata, Dr. Joaquín V. González, recibía noticias precisas sobre ciertos hallazgos arqueológicos realizados en Famatina […] a los efectos de determinar el carácter y la importancia de los descubrimientos, la dirección de aquel instituto dispuso mi inmediato traslado a la referida región […] Las series de alfarerías, de objetos de hueso y de bronce, de útiles de piedra y de petroglifos traídas durante esta misión ascienden a algunos centenares de piezas y se encuentran entre las abundantes colecciones del Museo de La Plata”. Refiriéndose a los antecedentes de la región comenta, “De las colecciones arqueológicas de La Rioja depositadas en museos extranjeros conozco solamente algunos pocos ejemplares reunidos, en 1893, por el Dr. Max Uhle. Éstos, conjuntamente con otras piezas que pertenecieron a la colección del Dr. Ambrosetti, se encuentran en el Museum für Völkerkunde, de Berlín” [20], actualmente rebautizado Ethnologisches Museum.
Práctica cotidiana de los arqueólogos hasta la actualidad – la de extraer materiales arqueológicos para luego de estudiarlos guardarlos en depósitos distantes de sus lugares de origen –, quizás el ejemplo más paradigmático para esta región corresponde a la “Colección Muñiz Barreto”. Denominada así en honor a quien financiara las expediciones arqueológicas a cargo de Vladimiro Weiser en la década de 1920, realizadas en las provincias de Tucumán, Jujuy y Catamarca, y compuesta por más de 12.000 piezas procedentes de unas 2.000 tumbas, actualmente está almacenada y expuesta en el Museo de La Plata. Como explica una nota del propio museo anunciando su exhibición por primera vez, a inicios del año 2014:
“La colección Muñiz Barreto es una muestra exhaustiva de una vasta región cultural de nuestro país que, a su vez, también abarca un lapso temporal de envergadura calculado en 2.500 años, en los que se desarrollaron diversas culturas arqueológicas como las de Tafí, Ciénaga, Aguada, Belén y Santamaría” [21].
En el año 2007, tuve la oportunidad de participar en calidad de colaborador adjunto ad honorem de la Dirección de Antropología de la Provincia de Catamarca, en tareas de rescate arqueológico llevadas a cabo en el predio de la escuela de la localidad de Pozo de Piedra, en el Departamento Belén (Catamarca), zona donde se extrajo al menos el 10 % de la colección mencionada. Esta vez, la urna funeraria que había sido hallada al hundirse el suelo con el paso de un camión, fue registrada pero permanece en la comunidad. Aprovechamos para brindar una charla sobre las generalidades de la arqueología, puntualizando en nuestra tarea y en la historia de la región. Hasta la actualidad, permanece en mí una mezcla de orgullo y vergüenza en relación a lo que nos expresaron algunos docentes: “Desde siempre los arqueólogos vienen a llevarse cosas, ésta es la primera vez que alguien nos cuenta que hacen con ellas”.
El reintegro de piezas arqueológicas a sus territorios de origen, y de cuerpos humanos a las comunidades indígenas de las cuales son antepasados, es aterradoramente escueta. Respecto a estos últimos, fue hacia el año 1991 que se promulgó la primera ley de restitución de restos mortales para un caso particular, los del cacique Tehuelche Inakayal, efectivizándose su inhumación en la provincia de Chubut el año 1994. En el 2000, mediante una normativa similar, se hizo entrega del líder ranquel Mariano Rosas a la comunidad pampeana de Leubucó. Estos reclamos impulsaron la sanción, al año siguiente, de la ley nacional 25517, cuyo artículo primero establece que “Los restos mortales de aborígenes, cualquiera fuera su característica étnica, que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que lo reclamen”[22]. Con posterioridad, los pedidos de repatriación a museos y universidades se potenciaron, efectivizándose algunos casos a países como Nueva Zelanda y Paraguay, así como algunas restituciones y reentierros colectivos en la región patagónica[23]. Sin embargo, no debemos olvidar, como mencionara antes, que el Museo de La Plata solamente, tiene en su poder alrededor de 10.000 cuerpos provenientes de la actuación estatal en la anexión de la Patagonia.
En cambio, en relación a la restitución de objetos arqueológicos, no he podido registrar referencias, aunque si reclamos tales como el realizado por la comunidad de Andalgalá, que en Junio de 2014 inició los trámites para solicitar la devolución de la “Colección Samuel Lafone Quevedo”, compuesta por 1264 piezas procedentes casi en su totalidad del interior de la provincia de Catamarca[24], y también obrante en el Museo de La Plata a partir de 1906, cuando dicho investigador sucedió a Moreno en la dirección de la institución. En Agosto de este año, se presentó a través del Senado de la Nación, un petitorio para que el Poder Ejecutivo nacional realice las gestiones para autorizar el depósito definitivo de la colección en el museo andalgalense[25]. Los resultados de esta acción, están aún por verse.

Reconocimiento legal, violencia real.
Casi cuatro décadas después del genocidio indígena en la Patagonia – específicamente el 19 de Junio de 1924 –, se produjo en el entonces Territorio Nacional del Chaco un hecho por muchas décadas silenciado, la “Masacre de Napalpí”. Policías y Gendarmes atacaron el campamento El Aguará, donde se hallaban casi mil integrantes de comunidades Qom, Mocoví y campesinos oriundos de la provincia de Corrientes que se encontraban ejerciendo un reclamo pacífico ante la explotación sufrida por parte de los hacendados. Más de 200 personas fueron acribilladas mediante la acción de fusiles mauser, rematadas a machetazos, y cercenadas para colectar “trofeos de guerra”[26]. Nuevamente, como años atrás, la excusa fue la necesidad de asegurar el “progreso” y el desarrollo económico del país por medio de actividades agrícola-ganaderas. Nueve años después, el 9 de Septiembre de 1933,  un hecho de características similares se produjo en la localidad de El Zapallar, actualmente General San Martín en la misma provincia. Esta vez, fueron asesinados por la policía alrededor de 70 Qom y Mocovíes que se manifestaban solicitando alimentos en un contexto de hambruna generalizada[27].
Años más tarde, en 1946, partía desde la puna jujeña y con destino a la capital del país, un contingente de miembros de la comunidad Kolla, popularizados en los medios de comunicación como  el “Malón de la Paz”. Su objetivo era reclamar ante el entonces presidente General Juan Domingo Perón por la devolución de tierras comunales que les habían sido arrebatadas. Transitaron casi 2500 kilómetros en ochenta y cuatro días, encaramados en carretas, mulas y a pie. El 3 de Agosto arribaron a la Casa de Gobierno, donde hicieron entrega de su petitorio al mandatario. Tras la promesa esperada, la comitiva indígena fue alojada en el Hotel de los Inmigrantes. Hacia el 8 de agosto la Cámara de Diputados comenzó a tratar el asunto en sus sesiones. Mientras tanto, los Kollas continuaban albergados en el hotel, que para su sorpresa estaba cada vez más militarizado. Terminaron siendo confinados en sus habitaciones hasta la madrugada del 28 de agosto, cuando fueron expulsados violentamente por efectivos de la Policía Federal bajo órdenes del propio presidente. Cargados a un tren, se los envió a las tierras de donde habían partido. Sin explicaciones, sin títulos, sin restitución[28].
En esa misma época, Perón facilitaba el arribo al país de académicos afines al Eje. Entre ellos se encontraban antropólogos y arqueólogos como Marcelo Bórmida y Oswald Menghin, exponentes de la escuela Histórico Cultural de Viena, un marco interpretativo que explicaba los cambios sociales mediante mecanismos de migración y difusión, por medio de los cuales una cultura “superior” influenciaba a las demás, “inferiores”, como meras receptoras pasivas de las características de las primeras. Contaron la historia de los pueblos indígenas desde un posicionamiento explícitamente racista que justificaba la marginalización, el exterminio y el “recambio poblacional”.
En 1947, año en que Bórmida iniciaba sus investigaciones en Argentina, se produjo otra masacre a manos del Estado. Esta vez, los destinatarios de la violencia oficial fueron los Pilagá. Los hechos ocurrieron en Rincón Bomba, paraje de la localidad de Las Lomitas, actual provincia de Formosa. Episodio por mucho tiempo confuso, actualmente se sabe que fueron asesinadas más de 500 personas por agentes de Gendarmería Nacional entre el 10 y el 30 de octubre. A las víctimas se suman alrededor de 200 desaparecidos y 50 fallecidos por intoxicación alimentaria, desnutrición y nula atención médica. Hay quienes relatan que se trató de personas que habían sido despedidas del ingenio azucarero San Martín del Tabacal, ubicado en la provincia de Salta. Desempleados y sin tener a donde ir, se habían congregado en la localidad formoseña para reclamar por mejores condiciones de vida. Otros, dicen que el encuentro tuvo motivos religiosos. De una u otra forma, desde el Estado se consideró la reunión como un levantamiento y se ordenó la represión, que fue realizada con ametralladoras instaladas en tierra y en aire. “Así ocurrió y así acabó el último malón, el enfrentamiento parcial e incruento pero significativo, de la lanza contra el avión, de la barbarie y la civilización”, dicen los registros oficiales de la Fuerza Aérea[29].

A lo largo de la historia de la República Argentina, la presencia indígena fue cuestión militar, y ello estuvo consagrado en la misma Constitución Nacional: “Proveer a la seguridad de las fronteras; asegurar el trato pacífico con los indios, promover la conversión de ellos al catolicismo”. Estas palabras, correspondientes al Artículo 67, Inciso 15 fueron suprimidos recién en el año 1994. En su lugar, la nueva carta magna establece en su Artículo 75: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan […] Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afectan”. Pero sancionar la preexistencia de comunidades indígenas, registrarlas y admitir que tienen derecho a vivir en sus territorios y según sus prácticas culturales es, como expresa Rivera Cusicanqui[30] “…una reactivación del colonialismo interno, que ha permitido a las elites […] escamotear las luchas indígenas y reciclarse en su control sobre el aparato del Estado”.  Así, según la Ley Nacional Nº 23302[31], se entiende por comunidad indígena “…a los conjuntos de familias que se reconozcan como tales por el hecho de descender de poblaciones que habitaban el territorio nacional en la época de la conquista o colonización e indígenas o indios a los miembros de dicha comunidad”. Para que dicho reconocimiento sea efectivo, se deberá tramitar personería jurídica, que “…será solicitada haciendo constar el nombre y domicilio de la comunidad, los miembros que la integran y su actividad principal, las pautas de su organización y los datos y antecedentes que puedan servir para acreditar su preexistencia o reagrupamiento y los demás elementos que requiera la autoridad de aplicación. En base a ello, ésta otorgará o rechazará la inscripción, la que podrá cancelarse cuando desaparezcan las condiciones que la determinaron”. Entramos en un círculo vicioso donde la reglamentación estatal no hace más que reforzar y profundizar las relaciones  de dependencia y afianzar su poder sobre las comunidades. Un absurdo en el cual el Estado es el único agente legítimo para reconocer la validez de una filiación identitaria, si ésta coincide con ciertos parámetros preestablecidos a los cuales hay que atenerse.
Pese al reconocimiento legal de estos “derechos especiales”, la situación general de las comunidades indígenas no ha sufrido cambios. La marginalización, el maltrato, la violencia oficial y el despojo de sus recursos locales en pos del desarrollo capitalista continúan sus embates.
El factor crítico corresponde a la situación de posesión comunitaria de las tierras. Están por cumplirse ocho meses desde que un grupo de delegados de comunidades Qom, Pilagá, Wichi y Niclavé, de la provincia de Formosa, acampan en plena avenida 9 de Julio de la ciudad de Buenos Aires, nucleados en la agrupación QoPiWiNi[32]. Los pasacalles dicen “Presidenta, no se vaya sin recibirnos”, pero no reciben respuesta. Realizaron un primer acampe el año 2010, luego de haber sido desalojados de sus tierras por orden el gobierno provincial formoseño, incidente en el que fallecieron dos miembros de la comunidad Potae Napocna Navogoh (La Primavera). A causa de estos hechos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos exigió que el Estado tomase medidas cautelares para proteger a la comunidad. Extraña medida, solicitar al agresor que proteja a sus víctimas. Del 2010 hasta ahora, la situación ha empeorado: los desmontes para ampliar la producción sojera, las explotaciones petrolíferas convencionales y mediante fracking, y los proyectos de construcción de represas hidroeléctricas significan una enorme reducción de sus territorios, y por ende la imposibilidad de acceder a los recursos naturales que sustentan sus economías, repercutiendo de forma grave en aspectos tales como la alimentación, salud y vivienda. La estrategia del Estado es, como expresa la cita de Pierre Clastres al inicio de estas páginas, “la voluntad de reducción de la diferencia y de la alteridad, el sentido y el gusto por lo idéntico y lo Uno” en pos del avance capitalista. Lejos está de ser este el único conflicto de esta índole en territorio argentino. Amnistía Internacional lleva registrados hasta el momento 183 casos en los que comunidades indígenas reclaman por sus derechos frente a gobiernos y empresas, las cuales hacen caso omiso a las normativas vigentes[33]. Entre tantas, destacan las luchas territoriales de la Comunidad India Quilmes (Tucumán), el Movimiento Campesino de Santiago del Estero y la comunidad Campo Maripe (Neuquén).


Posibilidades desde el Municipalismo Libertario.
Los ejemplos esbozados en las páginas anteriores son apenas una pequeña muestra de las múltiples relaciones de conflicto presentes en torno al Estado, las comunidades locales y los referentes arqueológicos. Mientras que en algunos casos estos referentes constituyen el nudo gordiando de la problemática, en otros, son un hilo más que atraviesa la trama de complejas luchas sociales cuyos objetivos principales están orientados a la defensa de los recursos naturales y el equilibrio ambiental, la autonomía de los pueblos y el rechazo a las relaciones de producción capitalistas. Así, es posible identificar al menos dos enfoques respecto al impacto negativo que representan las intervenciones estatales. La primera, remite a la destrucción de la materialidad arqueológica en si misma, aspecto que los arqueólogos y gestores culturales más militantes del conservacionismo no tendrán dificultad en observar. La segunda, y en mi opinión la más grave, tiene que ver con la constitución del “patrimonio” como un aparato coercitivo del pasado, ya que restringe sus significados y atribuye formas específicas de relación entre lo arqueológico y los agentes sociales, permitiéndose así el Estado intervenir sobre paisajes y comunidades locales amparado en la autoridad que le confiere la legislación. Esto no significa que el Estado no adopte políticas de gestión positivas en determinadas circunstancias. Sin embargo, los conflictos internos y los intereses contrapuestos configuran comportamientos institucionales que se observan esquizofrénicos, contradictorios e incoherentes, y que a nivel estructural tienden a reducir la diversidad cultural a idea homogénea de “identidad nacional”. En una palabra, al etnocidio. En última instancia, el Estado en su totalidad, actúa como aquellos individuos violentos que luego de golpear piden perdón y buscan compensar el daño infligido. Este accionar no tiene otra función que la de reafirmar el control y la autoridad sobre la víctima.
¿Es posible entonces, ante tal panorama, romper con las relaciones de dominación relativas a la gestión de los referentes arqueológicos? Y sobre todo, ¿Puede la arqueología significar un aporte a los movimientos sociales y comunidades locales que pugnan por la construcción de relaciones sociales más democráticas, igualitarias y no coercitivas? Personalmente confío en que la respuesta es afirmativa, y que un camino viable en este sentido puede sentar sus bases en las propuestas del Municipalismo Libertario de Murray Bookchin.
Historiador, académico, activista y actualmente conocido por su profunda influencia en la revolución del pueblo kurdo, Murray Bookchin (1921-2006), se implicó en colectivos comunistas desde su juventud. Sin embargo, luego del pacto entre Hitler y Stalin en 1939, fue expulsado por sus ideas trotskistas. Hacia fines de la década de 1940, su pensamiento decantó hacia el anarquismo, tras realizar profundas críticas al movimiento marxista tradicional. Continuando la línea de pensamiento inaugurada por Piotr Kropotkin respecto a las relaciones de cooperación en la naturaleza y las comunidades humanas, entre 1982 y 1984 publica dos de sus obras más importantes: “La Ecología de la Libertad: La emergencia y la disolución de las jerarquías”[34] y “Seis Tesis sobre Municipalismo Libertario”[35].
Para Bookchin, a lo largo de la historia humana tanto la teoría como la práctica social radical se han desarrollado en dos ámbitos principales, el espacio de trabajo y la comunidad. Con la aparición del Estado-Nación moderno y el avance del capitalismo, las relaciones económicas de tipo mercantil fueron adquiriendo mayor peso que las relaciones comunitarias. Es en éstas últimas en las cuales su trabajo hace foco, ya que considera que son las comunidades – allí donde los sujetos se hallan personalmente interrelacionados a través del parentesco, mutuamente referenciados a partir de una red de relaciones sociales constituida por vínculos históricos y con un bajo nivel de anonimato – quienes tienen el mayor potencial de transformación social al estar en condiciones de desarrollar prácticas de democracia directa, basadas en el principio ético antijerárquico de unidad de la diversidad, autogestión, complementariedad y apoyo mutuo. En estos espacios, la relación entre las personas y los referentes arqueológicos es cotidiana, anclada en experiencias biográficas y colectivamente constituida. Por ello, la discusión sobre sus significados y usos sociales a nivel local, puede servir como puerta de entrada para la configuración de un cuerpo político basado en la idea del debate, búsqueda de consensos, participación igualitaria y libertad de expresión orientados a formular las premisas sobre las cuales construir una sociedad más justa y simétrica, apoyándose en experiencias pretéritas. A pesar del interés del Estado por restringir los significados del pasado, estos no pueden ser absorbidos en su totalidad, convirtiéndose así en un espacio de resistencia. Y es aquí un punto en el que la arqueología puede realizar aportes significativos.
Para ello, se hace necesario deconstruir, en primer lugar, la relación de la arqueología y los arqueólogos con los espacios de poder y autoridad. Por una parte, se deben cuestionar los relatos que justifican nacionalismos y colonialismos, que sustentan al Estado como forma de organización política superior, que observan en la explotación de los recursos naturales un exitoso mecanismo de adaptación, o que validan a la violencia y el crecimiento de las desigualdades sociales como motores del cambio social. Por otro lado, si las inquietudes no surgen desde el seno de las comunidades, o la información no está a su alcance como una herramienta de libre acceso, poca será su utilidad[36]. Muchos investigadores se han planteado la necesidad de una colaboración mutua entre la arqueología y los movimientos sociales – particularmente las comunidades indígenas – pero jamás han logrado romper con el paradigma estatal y la actitud paternalista. La colaboración alcanzada, en el mejor de los casos, es indirecta o causal de pequeñas reformas. Para contrarrestar esta situación, los arqueólogos deben exponerse, participar de forma integral en los espacios de construcción de nuevas realidades sociales, deben necesariamente formar parte de las comunidades en las cuales su trabajo se desarrolla. De esta manera, es posible lograr un mayor alcance de los resultados de las investigaciones arqueológicas y un uso de las mismas orientado a dar respuestas a problemáticas localmente formuladas.
La arqueología es una disciplina que puede permitirnos visualizar pautas de organización política, técnicas de gestión de los recursos y formas de relacionarnos con el entorno, radicalmente diferentes a las que tenemos naturalizados en el sistema estatal y capitalista. Enriquecido con las propuestas libertarias contemporáneas y el análisis crítico es posible, como dice Bookchin, “traer el pasado al servicio del presente en una forma creativa e innovadora”. Evocar prácticas históricas para legitimar peticiones en el presente tiene un gran potencial para construir políticas de amplia participación orientadas a hacer frente al despojo del colonialismo moderno. A su vez, como señala Theresa Kintz[37], enfocar las preguntas de la arqueología a los efectos de la explotación de los recursos, los resultados del incremento de la estratificación social y los conflictos desatados como consecuencia de la escasez, pueden proveernos de conclusiones muy diferentes respecto al futuro a las brindadas por las agendas políticas pro-desarrollo de las mega corporaciones globales.
Pensar en los referentes arqueológicos desde la perspectiva del municipalismo libertario, donde cada comunidad resuelve cuales son las formas más apropiadas para gestionarlos en base a sus circunstancias, características y problemáticas locales, potenciándose por medio de la asociación a otras comunidades con perspectivas afines para ir tejiendo así redes confederadas de abajo hacia arriba, es una estrategia posible para hacer frente al etnocidio que significa su administración por parte del Estado centralizado.
 Por lo general, al cuestionarse cualquier creencia generalizada – en este caso que el Estado protege los referentes arqueológicos, reconoce su importancia social, estimula la diversidad de relaciones con los mismos y por tanto es quien debe gestionarlo – se tiende a exigir la presentación de un modelo detallado del funcionamiento de la propuesta alternativa en el que se establezcan reglas y pasos a seguir hasta su implementación. Alejado de estas ideas, Bakunin observaba que determinar una forma concreta, única y coercitiva para el desarrollo y la organización de las comunidades es una empresa que atenta contra la riqueza y espontaneidad de la vida, la diversidad y el principio mismo de libertad[38].




[1] Clastres, P. (2001 [1974]) “Sobre el Etnocidio”. En: Estudios de Antropología Política. Editorial Gedisa, España.
[2] Estoy escribiendo estas páginas en el mes de septiembre de 2015.
[3] www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150822_cultura_argentina_regreso_artefactos_ecuador_peru_ng
[4] www.martinoticias.com/content/argentina-devuelve-piezas-arte-peru-ecuador/102730.html
[5] Faryluk, L. (2015a) “Pasado, Propiedad y Poder: Crítica desde una Arqueología Anarquista a la construcción Estatal y Académica del Patrimonio Arqueológico en Argentina. En: La Descommunal Nº 0, Año 1. España.
[6] Sigo aquí a Silvia Rivera Cusicanqui, quien expresa que “La normativa legal, tanto penal como civil, así como la formulación de leyes y reglamentos del manejo de lo público, han sido hasta ahora monopolio de elites eurocéntricas herederas del Estado colonial. A este entramado de saber-poder lo he llamado colonialismo interno”. Rivera Cusicanqui (2008) “Gestión Pública Intercultural. Pueblos Originarios y Estado”. Azul Editores. Servicio Nacional de Administración de Personal (SNAP). Bolivia.
[7] Graeber, D. (2009) “Hope in Common”. Publicado originalmente en Adbusters 82, Vol. 17, Nº 2, bajo el título “Tactical Briefing”.
[8] http://www.loa.org.ar/legNormaDetalle.aspx?id=2988
[9] http://www.infoleg.gov.ar/infolegInternet/anexos/85000-89999/86356/norma.htm
[10] http://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/la-otra-cara-del-rally-dakar-la-destruccion-de-patrimonio/
[11] Comunicado del Colegio de Profesionales en Arqueología de Tucumán, con fecha 06 de Enero de 2015.
[12] Colectivo Sumaj Kawsay (2013) “Minería Trasnacional: Violación de Derechos-Territorios y nuevas resistencias emancipadoras”. Proyecto desarrollado por la ONG Be.Pe. y financiado por la Unión Europea.
[13] Svampa, M. y M. Sola Alvarez (2010) “Modelo minero, resistencias sociales y estilos de desarrollo: los marcos de la discusión en Argentina”. En: Ecuador Debate.
[14] Jofré, I., Galimberti, M. y S. Biasatti (2010) “Contra-Informe de los Estudios y Evaluaciones de Impactos Arqueológicos de Proyectos Mega-mineros ubicados en el Departamento Iglesia, Provincia de San Juan, República Argentina”. En: El Regreso de los muertos y las promesas del oro: Patrimonio arqueológico en conflicto. Jofré (coord.). Colección Con-Textos Humanos, Serie Inter/Cultura: Memoria+Patrimonio. Encuentro Grupo Editor. Córboba.
[15] http://www.primerafuente.com.ar/noticias/60725/alarma-san-juan-cano-cianuro-minera-se-rompio-cerca-pueblo
[16] http://diariomovil.com.ar/2015/09/14/el-cianuro-esta-tan-diluido-en-el-agua-que-podes-tomar-medio-vaso-y-no-te-va-a-hacer-nada/#.Vfd921a1M9Q.facebook
[17] http://www.telam.com.ar/notas/201509/121206-veladero-mina-suspension.html
[18] Dirección de Oferta Exportable. Dirección General de Estrategias de Comercio Exterior. Subsecretaría de Comercio Internacional (2010) “Informe Sectorial. Sector Minería”. http://www.argentinatradenet.gov.ar/sitio/estrategias/Informe%20Sectorial%20de%20Mineria.pdf
[19] Pepe, F., Añon Suárez, M. y P. Harrison (2008) “Identificación y restitución: Colecciones de restos humanos en el Museo de La Plata”. www.grupoguias.blogspot.com
[20] Debenedetti, S. (1917) “Los yacimientos arqueológicos occidentales del valle de Famatina (provincia de La Rioja)”. En: Physis (Revista de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales), t. 3. Buenos Aires.
[21] http://www.unlp.edu.ar/articulo/2014/3/10/exhibicion_de_la_coleccion_muniz_barreto_en_el_museo
[22] http://www.sdh.gba.gov.ar/comunicacion/normativanacyprov/pueblosoriginarios/nacional/nac_ley25517.pdf
[23] Endere, M. (2015) “Recaudos legales y éticos aplicables a los profesionales que trabajan con el patrimonio arqueológico y bioantropológico”. En: Temas de Patrimonio Cultural. Endere, Chaparro y Mariano (Eds.). Buenos Aires.
[24] http://catamarcanoticias.com/2014/06/09/el-concejo-deliberante-de-andalgala-aprobo-por-unanimidad-el-proyecto-para-que-el-ejecutivo-inicie-los-tramites/
[25] http://www.elancasti.com.ar/info-gral/2015/9/23/senado-nacion-solicita-restitucion-coleccion-arqueologica-andalgala-273988.html
[26] http://www.elortiba.org/napalpi.html#La_masacre_indígena_de_Napalpí_
[27] http://www.chacodiapordia.com/interes-general/noticia/90313/hoy-dia-de-duelo-por-la-masacre-de-el-zapallar
[28] Valko, M. (2007) “Los indios invisibles del Malón de Paz. De la apoteosis al confinamiento, secuestro y destierro”. Ediciones Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires.
[29] http://www.elortiba.org/bomba.html y documental “Octubre Pilagá”: https://www.youtube.com/watch?v=_-RrW15G2kI
[30] Rivera Cusicanqui, S. (2008) “Violencia e Interculturalidad. Paradojas de la etnicidad en la Bolivia de hoy”.
[31] http://infoleg.mecon.gov.ar/infolegInternet/anexos/20000-24999/23790/texact.htm
[32] Página web: http://qopiwini.com/ y página de Facebook: https://www.facebook.com/qopiwini
[34] Bookchin, M. (1999 [1982]) “La Ecología de la Libertad: La emergencia y la disolución de las jerarquías”. Madre Tierra. España.
[35] Bookchin, M. (2008 [1984]) “Seis Tesis sobre Municipalismo Libertario”. En: La Utopía es Posible: Experiencias conteporáneas. Colección Utopía Libertaria, Ed. Libros de Anarres. Buenos Aires.
[36] Faryluk, L. (2015) “Arqueología Anarquista: Entre un estado de la cuestión y un manifiesto individual (En contra del individualismo)”. En: Erosión, Revista de Pensamiento Anarquista Nº 5. Chile.
[37] Kintz, T. (2010) Radical Archaeology as Dissent. En: The Anarchist Library http://theanarchistlibrary.org/
[38] Bakunin, M. (2006 [1965] La Libertad. Obras escogidas de Bakunin. Editorial Agebe, Argentina.